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El cartapacio del alecrán

La diabetes y las hormigas / Marcela Chacón Ruiz

La diabetes y las hormigas / Marcela Chacón Ruiz

Una nota recientemente publicada en la página de MSN en México señala que el comer bien y productos naturales “se ha convertido en una obsesión para muchas personas, una enfermedad”.

Los productos alimenticios manufacturados, y que son más del 80% de los alimentos que se ofrecen en México, por ejemplo, y que ya ahora conforman “la dieta” de una familia de nivel económico medio o bajo, son de pésima calidad: el campo ya no produce en pequeñas parcelas; las regiones han dejado casi por completo de producir y consumir las especies vegetales y animales endógenas.

En relación directa con lo anterior, la proliferación del monocultivo ha provocado la pérdida de la riqueza nutritiva y diversidad de productos que encontrábamos hace 25 años en los puestos del mercado. Las industrias producen alimentos de manera masiva y artificialmente acelerada lo que implica que provienen de una tierra empobrecida y desgastada por reproducir los mismos nutrientes; que ha sido acosada por fertilizantes y pesticidas, con los consabidos riesgos químicos implicados en ello, y que se transmiten íntegros en la planta y su fruto.

Por si fuera poco, al ser cosechados, la gran mayoría de esos productos, apenas comienzan su “via crucis” hacia nuestra mesa: ya cosechados dentro de las industrias son tratados para cambiar su forma natural y empacarse en latas, bolsas y recipientes de plástico y cajas -cuando mejor, en vidrio- para ello, se les procesa y posteriormente adereza con suficientes químicos para colorearlos, saborizarlos, vitaminarlos y conservarlos ...no poco, eh. Tiempo después, nosotros en casa los refrigeramos y cocinamos. La calidad nutritiva de cada alimento ha sido prácticamente destruida. Al mantener un régimen alimenticio de tan pobre calidad, nuestro cuerpo lo reciente y se “endiabeta”.

Un solo ejemplo: decenas de millones de personas desayunan todos los días un producto extrañísimo, totalmente artificial, con textura intragable y de pésima calidad: aquello que llaman cereal. Y claro, lo tienen que vitaminar porque de otro modo, el único nutriente que se consume con este producto sería la leche con la que se combina para hacerlo tragable; es como comer periódico con leche, digamos. También podríamos acostrumbrarnos.

Como sabemos bien, los legítimos cereales son: el maíz, la avena, el arroz, el trigo, etc. en su forma pura e integral. No necesitamos hacer estudios especializados para conocer los nutrientes que conlleva una porción de pseudoalimento seco y corrugado, comparado con los nutrientes que aporta un plato de nopales con huevo, acompañado con una tortilla de maíz hecha a mano (en México), o un plato de avena natural con papaya o plátano, o una rebanada de pan de centeno integral con mantequilla y mermelada. El sentido común, lo sabe, nuestro cuerpo nos lo dice.

No se mencionará aquí cuánto le cuesta al planeta producir una caja de hojuelas corrugadas (con su enorme caja de cartón impresa y entintada con la bolsa de plástico semivacía), y cuánto un huevo revuelto de gallina casera revuelto con espinaca silvestre; pero sí hemos de señalar que la diferencia de costo es exponencial e inversa. Las hojuelas empobrecen la tierra y su cultivo implica la deforestación de enormes territorios, la contaminación de mantos freáticos, por mencionar sólo dos de los problemas que provoca. La gallina de granja o traspatio y la espinaca de huerto o silvestre pueden enriquecer con sus deshechos, a la tierra.

Asimismo no se hablará en este momento sobre los millones de dólares y pesos que se han invertido de manera obsesiva, para cambiar el diverso hábito del desayuno que prevalecía en cientos de regiones con miles de familias en los muy distintos parajes de los países del mundo; lo que a su vez ha cambiado la relación de estas personas y familias con su entorno, con la naturaleza y que consecuentemente ha transformado las relaciones culturales entre sus pobladores. Ahora todos comemos el mismo “cereal”, poco a poco vamos teniendo la misma “cultura”, cuerpos, malestares...

Tampoco abordaremos la amenaza que representa la introducción de cereales trasgénicos, porque sustituyen las variedades que la naturaleza ha producido durante miles de años. Las especies transgénicas serán las utilizadas, las preferidas por los industriales del alimento por ser de menor costo y presentar “homogeneidad”. Esa homogeneidad genética tan buscada y perseguida paradójicamente por la competencia; en el caso de los alimentos produce una calidad nutritiva indudablemente menor y de la cual desconocemos por completo sus efectos secundarios en nosotros, los consumidores. Otra de sus características de ciencia ficción es que dichas semillas no podrán reproducir vástagos, lo que obligará al cultivador-consumidor a comprarla interminablemente. La magnánima prodigiosidad de la vida y su reproducción cancelada por el mercantilismo: las semillas saldrán no de la tierra sino de los laboratorios. Extinta entonces la magia de procrear el propio alimento en “el terreno”, en el huerto, en el traspatio de la casa.

No es momento de plantear aquí el gran poder económico y financiero que genera la industria médica y hospitalaria en y para el tratamiento de la diabetes, ni el número de casos anuales en niños, jóvenes, adultos y ancianos que día a día se incrementa. Pero queda claro que de seguir así, el camino empieza con el fin.

A principios del S. XXI, el comer bien requiere de gran dedicación, sí. Encontrar alimentos nutritivos y sanos no es fácil, no están a la mano, no se producen, y si se produce alimento criollo, de huerto, rancho o parcela, es increíblemente difícil distribuirlo, cuando no, se bloquea; por lo que se ha vuelto también muy caro. Los costos de producción y distribución masivos son mucho más baratos para los industriales (que no para la ecología de la tierra y su entorno), que los productos criados con procesos naturales.

Entonces como dice MSN, afortunadamente el comer bien se ha convertido para muchos en una obsesión, para aquellos afortunados que tienen el dinero para darse ese lujo. Quizá es una similar obsesión que aquella que ha tenido durante más de 50 años la refresquera negra –otro ejemplo- por introducir su bebida en todos los rincones del planeta, nuestro hormiguero.

Comer sano, comida natural y productos de nuestro entorno regional, entonces, es cuidarse a sí mismo, pero también a la naturaleza y a la distribución de la riqueza. Es la ganancia de las hormigas.

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