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El cartapacio del alecrán

Cozumel no existe / Marcela Chacón Ruiz

Cozumel no existe / Marcela Chacón Ruiz

Amo ver el mar del caribe, su verde esmeralda y azules intensos.

Recuerdo Cozumel, su tibieza uterina. Si me sumergía, con los ojos abiertos miraba una pequeña mantarraya oscura agolpar suavemente sus alas en la arena para esconderse de mí, o brevísimos peces, en miriada casi transparente, excepto por un largo trazo como de tinta china que los surcaba de extremo a extremo; y sus ojos.

Es decir, veía una larga gaza de puntos y rayas ondulándose y orientándose según mi movimiento. Al surgir del agua, un agradable calor quemante deslumbraba la mirada colgando de mis pestañas gotas fragmentando la luz del horizonte; otras, pequeñas y cálidas, resbalaban por mi cuerpo dejando a su paso diminutos granos de arena sobre mi piel.

Hace muchos años de esto. La playa entera olía a respiración marina. Con mi espontáneo amigo del hotel –que sólo vi esos cuatro días de vacaciones– perseguí pequeños cangrejos para coleccionarlos en un vaso y sorprendernos con sus ojos inesperadamente puestos en la punta de sus antenas; asombrados por los intensos colores de sus caparazones. Sí, los dejamos escapar. Seguramente empezaba ya en nuestras venas un inadvertido pulso en favor de la conservación de la diversidad de las especies. En el restaurante comimos tortuga –exquisita–, todavía no lo prohibían. Vuelta a la mar, a la alberca y de ahí a la playa a correr, a tatuar el arena o qué sé yo.

Qué plenitud. Qué sueño gentil entraba ya en la tarde por mi cuerpo recostada en un catre mientras el sol desaparecía lentamente al fondo de la llanura de azules ya oscurecidos y móviles. La risa de mi madre y carcajada de mi hermano –entonces un muchacho; el imparable mar, hablando, roareando su memoria y abrazo.

Me pertenecía Cozumel. O yo pertenecí a Cozumel. O al mar, más bien dicho.

¿O nosotros a la playa? ¿al caribe? ¿al planeta entero? Lo cierto es que Cozumel así se fue, hasta muchos años más tarde que volví.

¿Será que las costas o las islas son vórtices de lo inefable? Sitio donde el agua deviene en tierra y al revés: la escama en pelo, lo dulce en salado, la piedra en polvo, los huevos en semillas, las protuberancias calcáreas en troncos y hojas, las anémonas en plántulas, y ellas en palmeras, cocos, anfibios en peces y éstos en aves. Y de regreso: el manglar en costa, la costa en estero, en agua verde y cada vez más más verde y profunda. Sí, adormilada perdí mis límites en el atardecer, mecí mi cuerpo de niña en un sueño de agua primera. En la orilla, los perímetros desvanecen la consistencia. ¿Será por eso que en las costas la gente habla y las palabras se les derraman abiertas, cuajadas de sonoras vocales? La incandecencia del sol hace el contrapeso: la piel, el cuero, curtido para tornarse costra-caparazón, y endurecer el continente y así no diluirse en el agua salada. En la orilla uno se vuelve orilla. En Cozumel o Tulum, Maruata o La Ventana, Ferrabá, Marsa Maruth y Bondi, Brighton o Anse Soleil, porque la orilla, transmuta y tú, en ella.

Mientras no fui a Cozumel, la isla dejó de existir. Es más, no está ahora que vivo en esta tierra firme, húmeda y verde; no está en México. Oye –me dirás- pero quién te crees... ¿No existe porque no la vives tú? ¿Y todos los habitantes de la isla? Es más: la isla sin habitantes si quieres, sin uno solo: ahí está entera y quieta, enorme pedazo de suelo lamido una y otra vez por el agua de mar que le rodea, pululante de increíbles insectos, peces, aves. Y hasta lo que no se ve, la transparencia del aire y las substancias que lo conforman.

Y no lo puedes negar –me dices– atraviesan esta isla, ductos de drenajes y cables, también las construcciones de cemento. Caminos. Rejas. Letreros. Banquetas. Autos. Ahí está Cozumel. Claro que está.

Ok, sale, te contesto.

No llega aún a Cozumel, pero sí el mar del Golfo está enchapopotándose cada día más, con una inefable inmensa mancha ingenua que mana, que no sabe ni porqué salió de su lugar. Abraza con aceite negro y espeso todo lo que toca, ajena de sí en ese líquido ligero, vital y poblado. Su noche cerrada huele ácido, penetrantemente acre, a entraña de infierno abierto y pastoso que se unta en cada grano de coral y arena, cada pasto, roca, en cada minúsculo ser que encuentra y toca.

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Jordan retro 4 -

The most glorious moment in your life are not the so-called days of success, but rather those days when out of dejection and despair you feel rise in you a challenge to life, and the promise of future accomplishment.