Llamado / César Incháustegui
Te amo por la virtud de tus aturdimientos inhóspitos
y tus piernas que tienen de mar
la turbulencia de la ola
ensañada con el cuerpo.
Siento sobre tu vientre
todo el proceder del fuego,
con su denso calor
de coágulo selecto por las uvas,
y luego me arremete
esa inversión de los ojos a la que obliga el viento
cuando volamos detrás de las estrellas,
mirando al mundo
como una empresa de insectos colosales.
Te amo inmensamente,
y mi camino ya no se detiene
ni para descifrar a las langostas
y los cosmonautas
o a los amantes de nalgas jabonosas
que haraganean en nubes
sin importarles las fechas sangrientas.
Te amo con el cínico olvido de los apasionados.
En el primer bramido del rinoceronte inmóvil
-que sólo es voz
y en una parte trocito de oído-,
ahí te llamo,
escúchame,
que tus oídos se conviertan en torres
y sean Babeles invertidas
que te hagan comprender
hasta aquellos idiomas
que no hubo tiempo de inventar.
Oye a la bestia lánguida cantar,
oye al santísimo idioma rehilete
que conduce al mareo.
y tus piernas que tienen de mar
la turbulencia de la ola
ensañada con el cuerpo.
Siento sobre tu vientre
todo el proceder del fuego,
con su denso calor
de coágulo selecto por las uvas,
y luego me arremete
esa inversión de los ojos a la que obliga el viento
cuando volamos detrás de las estrellas,
mirando al mundo
como una empresa de insectos colosales.
Te amo inmensamente,
y mi camino ya no se detiene
ni para descifrar a las langostas
y los cosmonautas
o a los amantes de nalgas jabonosas
que haraganean en nubes
sin importarles las fechas sangrientas.
Te amo con el cínico olvido de los apasionados.
En el primer bramido del rinoceronte inmóvil
-que sólo es voz
y en una parte trocito de oído-,
ahí te llamo,
escúchame,
que tus oídos se conviertan en torres
y sean Babeles invertidas
que te hagan comprender
hasta aquellos idiomas
que no hubo tiempo de inventar.
Oye a la bestia lánguida cantar,
oye al santísimo idioma rehilete
que conduce al mareo.
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