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El cartapacio del alecrán

Vida que se siente

¿Anatomía o Destino? / Christian Olivier

¿Anatomía o Destino? / Christian Olivier

Si la travesía del Edipo es radicalmente diferente en un sexo y en el otro, siguiendo el itinerario de un niño hasta la edad adulta, deben encontrarse marcas específicas en cada sexo.

Importa examinar, pues, las etapas precoces de la infancia, para saber si las recorren de la misma manera los dos sexos.

¿Qué vemos a este respecto? ¿Qué sabemos? ¿Qué queda como huella en la edad adulta de este frente a frente con la madre? ¿Qué dicen de esto el hombre y la mujer cuando pueden hablar de ellos con el psicoanalista? ¿Se encuentra éste en condiciones apropiadas para reconocer en las expresiones y pensamientos del adulto la marca de esta relación primera con la madre? ¿No es él, acaso, tal vez el único que puede observar hasta qué punto la huella del Edipo está siempre presente, aunque marque de manera diferente al hombre y a la mujer? Si Freud dijo, parafraseando una expresión de Napoleón: “La anatomía es destino”, otro psicoanalista escribió recientemente: “La anatomía no es en verdad el destino. El destino proviene de lo que los hombres hacen con la anatomía” (Robert Stoller).

Si el descubrimiento principal de Freud consiste en haber probado que la sexualidad del adulto depende de la del niño, su mayor insuficiencia es la de no haberse interrogado bastante sobre la interferencia del sexo del niño con la del adulto educador.

Ya hemos visto que la anatomía de uno y otro desempeña un papel decisivo en el establecimiento de la primera relación, y sabemos que esta relación es el modelo de todas las que advendrán en la vida de un individuo. El futuro de cada uno depende, sí, de su anatomía; pero sobre todo de lo que el adulto educador (en general, la madre) hace con esta anatomía.

¿Y que es lo que esta educadora hace de modo tan diferente con un sexo y con otro? ¿Y cómo le responde el niño de su más temprana edad? Preguntas que se plantean, preguntas a responder, examinando el comportamiento de niños y niñas en las etapas más primitivas de la infancia, llamadas pregenitales.

Etapa oral y relación de objeto

Al comienzo de su existencia, el bebé parece llevar una vida vegetativa, lo más parecida posible a la vida uterina: busca ante todo llenarse y dormir. Parece no poder dormir si no está lleno; es como la continuación de su larga vida uterina, durante la cual vivió, casi siempre dormido, lleno y rodeado por el líquido amniótico por el cual se encontraba entonces bañado. Su boca entreabierta no conocía todavía el “vacío”, como tampoco lo conocía su tubo digestivo (que está probado que funciona in utero, pues el niño deglute y digiere, y después excreta al nacer el contenido de su intestino: el meconio).

Es decir que el niño, cuando nace, ignora absolutamente “el vacío” y va a tratar de paliarlo por todos los medios: succionando su mano, sorbiendo el borde de su envoltorio, no importa cómo, con tal de que haya algo en esa boca habituada al “lleno”.

Por supuesto, la ingestión de alimento parece el momento ideal en que se restablece la continuidad primitiva entre el exterior; es el momento más intenso de la vida del lactante. Pero al mismo tiempo que él mama, no puede evitar interiorizar y colmarse con todo el contexto maternal que acompaña a la lactancia. toda la “Gestalt” materna penetra en él: el olor, el calor, la tonalidad de la voz. El niño hace suyo todo lo que le viene de su madre (o de quien se ocupe de él), pues en esta época precoz de su vida, no distingue todavía su “persona” de la del “otro”. El bebé introyecta, pues, mucho más que el alimento. La prueba nos la aporta el síndrome del hospitalismo, provocado por la ausencia brusca de la educadora habitual del niño: a pesar de que a éste se le prodigan todos los cuidados que él ya conoce, el niño no “se” reconoce más, como consecuencia de haber perdido el contexto materno que le era propio. Parece haber extraviado una parte de sí mismo, y sufrir esta pérdida que aparentemente sólo es exterior.

El niño desde sus primeros meses se vuelve dependiente del amiente creado por su madre, y cómo esta madre, según sea, más o menos amorosa, más o menos deseadora, establecerá al niño como más o menos amado, más o menos deseado.

La cualidad del amor parental en esta época de la vida, generará la calidad del amor al propio yo o narcisismo, que es la base de la confianza en sí mismo y del impulso libidinal de vivir que tendrá el adulto futuro.

El comportamiento de la madre, condicionado por sus propios sentimientos inconscientes con respecto a su bebé, será el elemento inductor del comportamiento de éste. ¿Qué vemos en las madres frente a niños de sexo diferente, en esta primera etapa oral? ¿Cambia el comportamiento de la madre según el sexo del niño?

Las niñas suelen ser destetadas antes que los niños. Se les suprime el biberón a las niñas al duodécimo mes, en promedio, mientras que a los varones a los quince meses.

La mamada es más prolongada para los niños: a los dos meses, dura cuarenta y cinco minutos, contra veinticinco minutos para las niñas.

Según estas investigaciones científicas sobre el niño muy pequeño, la madre le otorgaría más beneficios al varón que a la niña. ¿Lo registra el niño? ¿Cuáles serán las respuestas de las niñas y niños frente a estas diferencias maternales?

En un grupo estudiado aparecieron trastornos de la nutrición en un 94% de las niñas (lentitud, vómitos, caprichos) y sólo un 40% entre los niños. Estos trastornos aparecieron a partir del primer mes en el 50% de las niñas, que conservaron escaso apetito hasta los 6 años; mientras que las dificultades de este tipo aparecieron tardíamente en los niños varones y se expresaron por caprichos.

Se advierte pues, que la niña parece tener algunos “altercados” precoces con su madre, en todo caso en mayor medida que el varón; y si prestamos un poco de atención, encontraremos en la vida de las mujeres, la huella de esta oralidad mal vivida desde un comienzo: la anorexia, la bulimia, los vómitos, suelen ser síntomas más femeninos que masculinos.

En el diván del psicoanalista, las expresiones de las mujeres referentes al “vacío” y al “lleno” no son menos significativas de las dificultades orales por las que tuvieron que atravesar durante la primera relación con la madre. Veamos algunos rastros que a veces se nos transmiten:

“Yo ‘me trago’, tengo la impresión de tragarme todo lo que me dice mi madre, y no puedo defenderme de ella, ni de las cosas desagradables que me dice, es terrible el mal que me hace…”

“Yo “devuelvo” todos los días; siempre he devuelto, desde que era niña, como, y enseguida voy a devolver, y entonces me siento mejor, limpia, vacío, en suma”.

“De golpe se me hace indispensable comer, cualquier cosa, no importa qué ni cómo, pero es necesario que ‘me replete’ hasta ya no poder más. Sé que después me dará vergüenza, pero mientras esté repleta, ya no me siento angustiada, me encastillo en sentirme repleta”.

“Acá en el consultorio no sé lo que digo, pero lo que sé es que me ‘alimento’, con usted tengo la impresión de ‘alimentarme’… ¿de qué? ¿de aire de esta pieza? ¿de usted?”.

“Cuando usted me habla me siento tan contenta, ‘bebo’ sus palabras, a veces me doy cuenta de que no sé lo que usted me dice, únicamente escucho el sonido de sus palabras”.

Estas son frases dichas por pacientes totalmente diferentes en cuanto a sus síntomas, su edad, su situación social. Aparentemente nada tienen en común, como no sea esa hambre dramáticamente “oral”, transpuesta de mil maneras diferentes hasta la restitución por el temor de haber ingerido algo malo. En cambio nunca encontré lo mismo en los hombres, jamás me dijeron nada parecido; al parecer, la desesperación “oral” no es cosa de ellos, pues recibieron un biberón perfecto donde el deseo servía de perfume a la leche nutricia. El hombre se situará en otra parte, en el furor “anal” por defender su persona. Ese es su lugar: la pelea.

Es así que el exceso de “vacío” y el deseo de “lleno” conducirán a la mujer a la cocina, donde reinará entre el refrigerador y el horno, pasando por el sumidero… Y allí, nadie lo dude, todo el mundo le gritará “bravo” y alabará a la señora por su oralidad. Nadie tratará de apartarla de allí; por el contrario, se le asegurará que ése es su lugar para toda la eternidad, su único reino, su gobierno seguro sobre los suyos. ¡Qué impostura, qué círculo infernal, en que las madres alimentan a familias enteras a fin de alimentar por vía indirecta a la hija hambrienta que ella fue!

Por un fenómeno de proyección, cada mujer imagina a los otros como ella, es decir: hambrientos, y se cree obligada a alimentarlos hasta la saciedad, porque ella misma es insaciable. La vida de las mujeres es una extraña cohabitación entre un interior desprovisto y vacío u un exterior magnánimo.

Parece haber entre las mujeres una confusión entre “amar” y “alimentar”. ¿De dónde pueden haber sacado esta extraña equivalencia interior? Evidentemente, del hecho de que se sintieron mal alimentadas, por haber sido mal amadas por una madre que no las deseó. El biberón, para ellas, estaba vacío, porque no tenía el gusto “del deseo”; un biberón lleno de leche pero vacío de deseo, porque lo daba una mujer del mismo sexo que la niña.

De mal alimentada a mal amada no hay más que un paso, que la mujer da sin muchos rodeos, como vemos cuando nos dice, para hablar de sus juegos nocturnos:

“Su sexo ‘me da miedo’; tengo miedo de que sea demasiado grande, esto me resulta amenazador; tengo miedo de que penetre demasiado lejos en mí y que me duela”.

“A mí me gustan los jugueteos previos, yo quisiera que todo ocurriera en la superficie, porque desde que él penetra, yo me cierro y entonces ‘me duele’”.

“Yo no puedo hacer el amor como él quiere: sin decir nada, sin ternura; yo necesito palabras, caricias, sentirme amada, ‘lo demás me importa un rábano’, eso queda para él”.

Antesala de la frigidez como rechazo que viene del “otro”, asimilado a lo que vino de una mala madre, y que aparecía como nocivo y peligroso. en todos estos casos, el sexo y su portador son vistos como fundamentalmente “dañinos”.

Frigidez oral, frecuente en las mujeres que, por no haber podido tomar a su hombre por una buena madre, transfieren a él todas sus fantasías destructivas, y no tienen otro recurso para borrar su pasado catastrófico, que emprender un análisis. Una historia puede borrar otra, pero no es sin graves dificultades que una imagen nueva podrá sustituir a la que está tan profundamente arraigada y es tan antigua.

Sin embargo, mientras no se restañe esta primera relación con la madre, no hay ninguna posibilidad de lograr éxito en una segunda con quienquiera que sea, y la heterosexualidad, extraña a la vida de la niña, seguirá siendo muchas veces ajenas a la vida de la mujer.

Entre la cuna y la noche de bodas suelen inscribirse la anorexia de la niña (negativa a comer, a llenarse) o la bulimia (necesidad excesiva de comer para evitar sentirse vacía), síntomas todos que se encuentran más específicamente en las mujeres, indicándonos en ellas una relación conflictiva con la alimentación que puede reaparecer bajo distintas formas, y que no tiene equivalente en el hombre con parecida frecuencia, ni de niño, ni de adolescente, ni de adulto.

Hacia los diez o doce meses se sitúa en los niños el comienzo de la comunicación. Esta edad sigue inmediatamente a la etapa del espejo (siete u ocho meses), en que el niño se diferencia por fin de su madre y abandona definitivamente su simbiosis con ella: descubre, al verla al mismo tiempo que él no es ella, que está solo e independiente de la madre. El niño se vuelve hacia ésta, que lo tiene en brazos, le palpa el rostro, le toca la nariz y comprende que todo eso no es de él. Nunca más el niño retornará al TODO con su madre (salvo en casos de psicosis).

Al realizarse como solo, el niño va a volverse mucho más sensible ante la ausencia de su madre o de quien se ocupa de él. Si al comienzo de su existencia el bebé gritaba por sentirse materialmente incómodo, o porque tenía hambre, a partir de la etapa del espejo aprende a llorar por la ausencia de su madre sentida como carencia. la palabra no demorará en llegar, en forma de onomatopeyas cada vez más precisas y codificadas por el medio familiar, y más tarde el niño aprenderá a significar su deseo por medio de palabras.

De ese modo, partiendo del “grito”, significación de la insatisfacción física, el niño llega rápidamente al nivel más elevado de la comunicación: el lenguaje.

Aparece aquí de nuevo una disparidad evidente entre los dos sexos, ya que la niña, a la misma edad y con la misma inteligencia, habla mucho más pronto que el varón: este hecho está considerado normal en todos los tratados que versan sobre la infancia ¿pero es tan evidente? y ¿con qué se puede vincular?

Si el llamado grito tiene por función señalar la percepción del apartamiento de la madre, y el deseo de establecer el lazo con ella, es significativo que después de haber llorado más en los primeros meses de vida, las niñas se pongan a hablar antes, testimoniando una “ausencia”, una “distancia” a franquear par volver a unirse con la madre, que no existe en el varón de la misma edad.

En efecto, el niño no siente la angustia de una soledad que no conoce, puesto que estuvo sostenido desde su nacimiento por la fantasía maternal de la integridad, que hizo de él un objeto narcisista que se siente cómodo allí donde está, tal cual es.

Por lo tanto, si la niña habla más temprano es porque no está sumergida en el mismo sentimiento de comodidad, porque no tiene a nadie que la vea como completamente ella, porque su padre no suele ser su asiduo cuidador. Habla antes porque se siente sola y quiere restablecer un lazo con la madre que no esté sentido como interior, y por lo tanto va a tener necesidad de hablarle para recibir una respuesta exterior que contrarreste su falta de imagen narcisista interior.

Así, es posible ver delinearse ya desde la infancia las diferencias que marcarán el lenguaje del hombre y de la mujer: uno, precoz, tiene por función establecer un vínculo con el otro, dejar una distancia que se siente insoportable: es el lenguaje femenino, que colma el vacío, que busca las similitudes, que persiguen el asentimiento (el cual, por provenir del padre, el ha faltado siempre a la niñita). Por algo suele decirse que las mujeres conversan exageradamente. Mientras el lenguaje masculino tardío, es la manifestación misma de la distancia que debe mantener con el otro; y suele estar desprovisto de efectividad y de angustia. El hombre se atiene a trivialidades de orden muy general y poco comprometedoras. Bien sabemos que no busca la comunicación profunda, que al parecer conoció con su madre y le sirvió para el resto de sus días… Pero volveremos más adelante sobre este importante problema de la palabra en uno y otro sexo, pues es muy necesario que se discuta, que se lo explique de otro modo que como una mera negativa de cada sexo de escuchar al otro. Por ahora, retengamos simplemente que la precocidad del lenguaje de la niña no es necesariamente sino de una evolución feliz.

Por otra parte, lo que dicen muchas mujeres es probatorio:
“Si dejo de hablar, tengo miedo de que usted descubra que no soy nada”.

“Si yo le permitiera al silencio instaurarse, ya no podría franquear la distancia entre usted y yo, y eso me da miedo”.

En cambio, entre los hombres se oye decir:

“No sé por qué estoy acá. No tengo nada qué decirle, nada que desee compartir con usted”.

“¿Cómo hacer para que ELLA no sepa? Imposible; aunque no diga nada, lo adivina. Puedo irme hasta el fin del mundo, y lo mismo sabrá todo acerca de mí. Es terrible esta habilidad que tiene para pegárseme”.

Diferencia radical entre la necesidad del hombre y la mujer: diferencia que estriba la distancia a conquistar en el caso del hombre, en unirse en el de la mujer; tal es la marca del lenguaje de Yocasta en cada uno de nosotros.

También aquí hubiera sido indispensable el padre, tanto para su hijo como para su hija, pues habría restablecido el equilibrio merced a su proximidad con la hija y a su distancia con el hijo.

Oficio de padre cuya necesidad jamás fue ecarecida, mientras que “el oficio” de madre llena las columnas de nuestros periódicos y publicaciones diversas.

Tomado de Christian Olivier. Los hijos de Yocasta. México, F.C.E., 1988.

Las mujeres de los sesenta (II)

Las mujeres de los sesenta (II) Woman is the nigger of the
world

Yes she is...think about it
Woman is the nigger of the world
Think about it...do something about it


Si bien es cierto que las mujeres, de cualquier edad, temen enfrentarse a su realidad, las que nacieron en los años sesenta encuentran esta tarea doblemente difícil por la carga heredada de sus padres, comentada en mi artículo
anterior.

Esto no sucede con generaciones posteriores que recibieron durante su infancia lluvias completas de comentarios del tipo "tú mereces mucho, no permitas que nadie te haga daño", "el hombre que te ame deberá demostrarlo dando el trato que alguien como tú requiere", y "No hay obligación de casarse, no hay obligación de ser madre, se en la vida lo que desees ser y busca tu felicidad por ti misma". Así, estas adiciones a la educación tradicional facilitaron su desarrollo en la vida y contribuyeron a una mejor percepción de ellas mismas.

El caso aquí es que por contar con una doble formación (la impuesta por sus padres y la impuesta por las consecuencias de los movimientos sociales de hace 30 años), la gran mayoría de las mujeres de los sesenta, al enfrentar relaciones amorosas fallidas, se apanican por la sola idea de quedarse solas y "desprotegidas", idea fuertemente arraigada desde sus primeros años. Y así, el ser parte de la modernidad, estar sumamente preparada, ser inteligente y desempeñar con éxito un oficio o una profesión, se relega a un segundo plano,
siempre por debajo de lo recibido de sus padres y sin importar su grado de inteligencia que tendría que actuar congruentemente a ellas en estas situaciones.

We make her paint her face and dance
If she won't be a slave, we say that she don't love us
If she's real, we say she's trying to be a man
While putting her down, we pretend that she's above
us


Señala la escritora Elia Martínez-Rodarte en su columna Ivaginaria que el empoderamiento de la mayoría de las mujeres no les ha aportado armas para enfrentar su realidad, soledad y la fantástica experiencia de estar con ellas mismas y que relegan todo lo conseguido por estar en un lecho con un hombre cuyas capacidades, inteligencia y forma de pensar no sólo no a está a la par de ellas sino que ni siquiera le llega a los talones. Lo anterior, tan realistamente descrito por Martínez-Rodarte, por supuesto, obedece a nuestro yo interno "padre", que nos fuerza a comportarnos de acuerdo a los cánones que nos hicieron nuestros progenitores el favor de heredarnos.

Y bueno, entendida y analizada la debilidad, hipersensibilidad ridícula y tendencia a la dependencia para sentirse realizada, ¿qué se hace?

La respuesta es fácil, la acción no: el esquema debe romperse y las armas para disfrutar la vida con la única persona con la que naciste y morirás (tú misma) deben adquirirse.

We make her bear and raise our children
And then we leave her flat for being a fat old mother hen
We tell her home is the only place she should be
Then we complain that she's too unworldly to be our
friend


¿Cómo adquirir esas armas? A putazo limpio. Así, igualito que como sacaste una carrera, igualito que el valor con el que pariste un hijo, igualito al coraje con que enfrentas tu rutina diaria. Igualito. La vida es corta y las mujeres de los sesenta dejan pasar los años de una manera miserable esperando ver un cambio que nunca llegará.

¡Salud y vida para ustedes!


Tere Chacón
terechacon@gmail.com
http://terech.blogspot.com

Woman is the Nigger of the World - John Lennon y Yoko Ono (aunque todos sabemos que esa voz no es la de Lennon).
Sometime in New York City, 1972.

Imagen: Fotografía de Helyn Davenport

Las mujeres de los sesenta

Las mujeres de los sesenta
"...Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre donde cae la nieve, con más de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quién soy, ni qué carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambio entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar, y se inicio la liberación del sexo y otras drogas para soñar. Fueron los años fragorosos de la guerra de Vietnam y la rebelión universitaria. Pero, sobre todo, fue el duro aprendizaje de una relación distinta entre los padres e hijos, el principio de un nuevo diálogo
entre ellos que había parecido imposible durante siglos..."

Gabriel García Márquez


La realidad:

1) Las mujeres de los sesenta, en su mayoría, son hijas de personas con formación rígida, católica, lineal, que se limitaron a transmitir los prototipos de educación que, a su vez, recibieron de sus padres.
2) Las mujeres de los sesenta fueron receptoras, como sus madres lo fueron, de la utopía del príncipe azul y de los varios hijitos que serían el único medio y objetivo en la vida que les brindaría felicidad total y absoluta.
3) Las mujeres de los sesenta fueron demasiado jóvenes para participar en el movimiento hippie, en las protestas estudiantiles del 68 y 71 y en el movimiento de liberación femenina y sus padres fueron demasiados viejos para ser parte de los mismos, por lo que en su formación no hubo opciones adicionales a las establecidas por los cánones ya dictados y probados durante las seis décadas anteriores.
4) Las mujeres de los sesenta recibieron una educación en la cual no se esperaba grandes cambios en la sociedad, basándose en lo que había ocurrido en la sociedad mexicana hasta el momento y a partir de los primeros años del siglo veinte.
5) Exactamente lo mismo sucedió con los hombres de los sesenta.
6) Durante sus años de adolescencia y juventud temprana, las mujeres de los sesenta sí recibieron los beneficios ya probados y experimentados de los movimientos sociales antes mencionados, por lo que sus horizontes, esperanzas y expectativas cambiaron en unos cuantos años al entender la variedad de opciones que había para su futuro, convirtiéndose así en la generación 1 de mujeres mexicanas en probar las mieles y las tentaciones de la rebeldía y variedad cultural, política y social, de la liberación femenina y de la libertad
sexual.
7) Durante sus años de adolescencia y juventud temprana, los hombres de los sesenta recibieron exactamente lo que recibieron sus padres, una generación antes.

La problemática:

1) Las mujeres de los sesenta, siendo adultas jóvenes, y con dos mundos encima (el tradicional y la recientemente adquirida modernidad), al intentar relacionarse con hombres de su generación, encontraron paredes similares a las que sus padres impusieron a sus madres. Muchas reaccionaron con rebeldía, otras tantas reaccionaron con sumisión histórica.
2) Las mujeres de los sesenta, intentaron por primera vez en la historia de las mujeres en México, llevar de una manera decorosa, el papel tradicional de la madre y esposa mexicana y, al mismo tiempo, el papel de profesionista, trabajadora, ejecutiva y tomadora de decisiones. Todas lograron sortear el camino aunque la mayoría no lo hizo como lo hubiera deseado.
3) Los hombres de los sesenta no se encontraban, en ese momento, a la altura de los recientes eventos, ya que su educación, formación y expectativas de vida no habían sufrido cambio alguno en relación a las generaciones anteriores, por lo que el relacionarse con mujeres de su misma generación fue para ellos una experiencia que varió de lo desconcertante a lo desquiciante.

La teoría:

1) Si eres mujer de los sesenta y estás (o estuviste) relacionada sentimentalmente con un hombre de tu generación, una de las siguientes cosas se aplica a ti:
a) El matrimonio/la relación perduró por el gran esfuerzo y sacrificio que hiciste al honrar a tus antepasados pero no a ti misma.
b) El matrimonio/la relación valió margaritas puras al decidir tú que, para honras, las que te das como regalo de vida sin importar las consecuencias ni las opiniones ajenas.
c) El matrimonio/la relación siguió indefinidamente sin mayor atadura que un bonche (que van de dos a cinco) de hijos e intereses económicos en común, y cada uno de los integrantes de la pareja/matrimonio llevó a cabo su vida como pensó que debería ser.

La solución:

a) Para la gran mayoría de las mujeres que lean esto y no deseen entenderlo, seguir como van (con el detalle obvio que varias décadas después de los sesenta, los hombres de esa generación, o están casados o son gays o, por razones más que obvias, prefieren a las jovencitas de 17 y 18 años).
b) Para la minoría pensante, romper el esquema, no hacia arriba (un hombre mexicano mayor de cincuenta años es como tu abuelo en términos de formación, reacciones, formas de pensar y de actuar), sino hacia abajo, a la generación de hombres que sí recibieron las ventajas de la modernidad y que babean por mujeres mayores, interesantes, plenas, felices, satisfechas y realizadas.
c) Volverse lesbiana siempre es una opción de las mujeres insatisfechas en lo sexual, en lo social, en lo cultural y en lo económico.

Mi comentario:

Buena suerte. El camino no es fácil pero sí es satisfactorio.

Tere Chacón

Imagen: Fotografía de Helyn Davenport

La liberación sexual de la mujer: más y mejor / Marcela Chacón Ruiz

La liberación sexual de la mujer: más y mejor / Marcela Chacón Ruiz

La sexualidad femenina ha sido objeto de múltiples consideraciones a lo largo de la historia. Actualmente se piensa que ahora es cuando la mujer habla más, sabe más y disfruta más de ella, pero ¿es cierto?


Sería fácil suponerlo porque estamos literalmente invadidos de imágenes y sucesos que parecerían confirmarlo. Ejemplo es la mayoría de las películas o programas de televisión que nos rodean: mujeres –que si bien tienen conflictos sexuales o emocionales- los resuelven fácilmente porque son “buenas” o “malas” y esto da oportunidad a los guionistas de “premiar” a unas, y “castigar” a otras sin meterse en mayores profundidades. La producción chata, al estilo Hollywood es ahora el prototipo de la producción de historias (y que ahora alcanza hasta a la llamada literatura). Pero sabemos que la vida no es así.


Entonces, en esto de la liberación sexual de la mujer, afectan dos cosas: la primera –al menos apenas esbozada- es que la realidad que nos reflejan las historias devueltas por la televisión, las películas y la mayoría de la literatura, son absolutamente chatas, falsas por dicotómicas. Y la segunda, que el planteamiento civilizatorio, señala que hay un desarrollo hacia allá, de menos a más, de avance, pues.


No sólo en la ficción es donde se habla de la liberación sexual femenina, sino que también este discurso se ha metido en nuestra vida cotidiana. Afirmamos que “antes no”, pero “ahora sí” podemos...


Es cierto que la mujer ahora se ha atrevido a incursionar por caminos que antes eran exclusivos para los hombres, a preguntarse públicamente, como género, sobre su satisfacción sexual y sobre el conocimiento de su cuerpo, y a pretender –como se supone que los hombres hacen- ejercer su realización, que en nuestro mundo, se entiende como la vida profesional, de trabajo (cuando mejor, si no se mira como la capacidad de “adquirir”). Así mismo es cierto también que la mujer –como los hombres, pero no se abordará en esta momento- sigue sujeta a un cuerpo “roto”. Por otra parte, es también cierto que en otras épocas del mundo occidentalizado han existido mujeres emprendedoras, abiertas, que enfrentaron la burla y obstaculización de sus contemporáneos.


Hagamos una comparación superficial, apenas pronunciada, de nuestro presente con el pasado; para ello planteemos una línea divisoria, provisional y convenida entre nosotros aquí y ahora, diciendo que el pasado es el tiempo sucedido hasta antes de la industrialización mundial (fines del S. XIX), y que el presente, “nuestra época”, sería desde entonces a estas fechas.


Recordando algunas películas, o mejor aún, algunos cuadros de pintores de entonces, imaginemos a una mujer de vestido largo de encajes y amplio por las muchas crinolinas que le pesan, apretada, reducida digamos bajo un corsé, peinado alto, de varias horas y lista a las 6.30 de la mañana para dar de desayunar cereal y yogurt a sus hijos, llevarlos en coche a la escuela, antes de irse con portafolios a la oficina. (Sigo imaginando como intenta meterse y meter los volantes del vestido dentro del asiento del automóvil... pero claro, ésa es la dificultad, ahí está lo que no encaja). Y eso que la escogimos con recursos. Tampoco es fácil imaginarse a una mujer de la misma época, viviendo en su casa en el campo con fogón, con ropas no lujosas, sin corsé, pero de largos lienzos, preparando rápidamente sopas instantáneas y hot dogs (comida barata) para la llegada de la escuela de sus hijos, al tiempo que mira un programa de concursos, antes de irse a trabajar de doméstica a la casa de la señora del corsé y el auto. Gulp. Ésta última imagen se parece a la de una indígena frente al televisor, metiendo palomitas en su microondas y lista para lavarse su larga cabellera con shampoo que quita las orzuelas.... Justo de eso se trata. ¿De qué estarían “liberadas” estas señoras? ¿Y la indígena? ¿Qué es lo que pasa al combinar estas imágenes?


Claro, esta propuesta de collage es un pretexto. Por lo pronto podemos imaginar que en el pasado existía otro contexto, completo: es decir, otros olores, paisajes, sabores, voces y entonaciones, texturas, otras reglas para ordenar lo diario, lo cotidiano, no había luz eléctrica, ni música (salvo que alguien tocara un instrumento) dentro de las casas, ni voces ni estímulos de cualquier tipo que no pertenecieran al contexto del ahí, en ese mismo y justo sitio. La vida pública y la privada, era otra. La relación con el mito, con lo imaginario, también era distinta. La salud y la enfermedad, la relación con la naturaleza, también lo eran. Los prototipos de belleza y los cuerpos en cada cultura eran mucho más parecidos a sí. Por ejemplo, en la Europa del 1800 las mujeres gustaban cuando eran regordetas, rojizas... era símbolo de voluptuosidad. Por divagar: ¿qué sería probar una tarta de manzana de aquella época?, antes de que tierra o fruto alguno del planeta supiera lo que era un pesticida, antes de que los alimentos pasaran por industrialización o alteración alguna? ...Distinto de cualquier tarta de manzana actual.


La vida entraba entonces también por los sentidos, pero era otra vida la que entraba –digamos por lo pronto que no mejor, no peor, solo distinta. La vida debió expeler distinto, sin suavizantes para los malos olores, sin químicos para los buenos también. Y eso que sólo sometemos a nuestro análisis, al sentido del olfato... La seducción y el amor debieron ser diferentes. Cuando uno tiene oportunidad de vivir en lugares apartados de la llamada civilización, en mayor contacto con la naturaleza, lo puede verificar sin dudas epistemológicas. La vida toma otro sentido, las reglas cambian, los significados y representaciones también.


¿Es que tendremos que liberarnos a partir de comprar tal o cual producto? ¿Es que “igualándonos” a los hombres llegaremos a ser mejores o más? ¿Más qué?


Existen diversas obras literarias que exponen abiertamente las prácticas sexuales de su tiempo: Diderot escribió en 1748 una novela, “Los dijes indiscretos”, por la cual fue encarcelado. Para hablar de las prácticas sexuales en la Corte, Diderot recurrió a un personaje: el joven sultán Mangogul, quien cansado de la monotonía que le produce el constante amor de Mirzoza, su favorita, quiere “saber” de otros amores; para ello acude a Cucufa. El mago realiza para él un prodigioso anillo que interroga involuntaria y casi en estado de inconsciencia, a toda mujer que se encuentre teniendo relaciones sexuales. Con ello Diderot logra plasmar no sólo los gustos y predilecciones de la época, sino también sus mitos y represiones. Lo que es claro es que las mujeres de pleno S. XVIII gozaban su sexualidad, no todas igual, por supuesto.


Otro clásico ejemplo literario es la obra del Marqués de Sade (1740-1814) quien escribió varios libros en los cuales sus personajes acuden a la promiscuidad, la sodomía y la violencia en la práctica sexual (Justine o las desventuras de la virtud; La filosofía en la alcoba; La historia de Julieta, entre algunas). Sade fue perseguido y encarcelado en diversas ocasiones y su vida se caracterizó por apoyar el pensamiento científico y revolucionario. Su mirada reveladora tampoco en esa época gustaba. Es posible que ahora los textos de Sade y Diderot resulten atrayentes, instructivos y hasta escandalosos, pero indudablemente representan la evidencia clara y fidedigna de que la sexualidad abierta y reprimida se ha practicado desde siempre en todas sus manifestaciones. Cada época ha impuesto cuáles son los actos perseguidos, sancionados, criticados y cuáles son los que se alaban y fomentan.


Cada una de nosotras, al menos íntimamente, conoce su propia sexualidad, que incluye los goces, pero también los miedos y sus represiones. Además hay otro espacio de la sexualidad: aquel que platicamos con la amiga, en confidencia, sobre la insatisfacción, la rivalidad, la infidelidad, el rechazo a la maternidad entre algunos, y ahora, como nuevo ingrediente, de esa infatigable lucha por demostrar ser a través del consumo, del trabajo. Este espacio de nuestra sexualidad, oculto y secreto, que es el verdadero caldo de cultivo de nuestra posible “liberación” –prefiero llamarle posibilidad del propio conocimiento- es efecto y no causa, de lo que socialmente se nos impone, incluidos los modos de “ser liberadas”.


Y muchos dividendos da la tal impuesta liberación. Actualmente la mujer se encuentra invadida por un sistemático remolino de propuestas para Ser, que en su mayoría nada tienen que ver con su verdadera búsqueda emocional y racional, sino con la adquisición de productos o modos de ser externos. El malestar es innato al ser humano, pero la vida cotidiana en las ciudades de nuestros días, el paradigma de ser mujer en la sociedad actual y su prototipo femenino, ha creado un inédito instrumento de consenso y confusión: la televisión y la comunicación mediática, incluido el cine. Y ya la sexualidad de los hombres es también objetivo del mercantilismo indiscriminado: para muestra, recordemos la difusión masiva de productos para “mantener la erección” que inunda el ambiente. ¿Es que vender a mansalva dicho producto es reflejo de liberación? ...Occidente y su cuota imposible de satisfacer: la cultura del más, del mejor, de la negación del contexto, del proceso, del entorno. Más. Mejor.


Entonces ¿es cierto que la mujer ahora se encuentra MÁS liberada sexualmente y por ende, tiene más satisfacción?


Continuará...

De Sor Juana

De Sor Juana Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis.

Si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis
para, pretendida, Tais;
en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual:
quejándoos si os tratan mal;
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis,
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata ofende
y la que es fácil enfada?

Mas entre el enfado y la pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere,
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

¿Pues para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis de afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesas e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

Sor Juana Inés de la Cruz