Relaciones Living apart together (LAT) / Marcela Chacón
Las relaciones de pareja presentan un nuevo rostro en la actualidad. Y es que los cambios sociales y económicos ocurridos desde finales del siglo xix a la fecha han impactado también la intimidad.
“Precisamente porque estamos bien, es por lo que no quiero vivir con él”, dice Doriana, mujer divorciada e investigadora en botánica, de 42 años y madre de dos jóvenes.
Durante siglos, las relaciones de pareja, entre amigos y familiares estuvieron reglamentadas por instituciones que dictaban la norma a seguir: obediencia y compromiso incondicional eran el fin último. El deseo personal y el gusto propio, o incluso la salud mental o física de quien contraía tal relación, no eran prioridad. Tenemos como ejemplos en películas: Elizabeth de Shekhar Kapur, Titanic de James Cameron, o Como agua para chocolate, novela de Laura Esquivel llevada al cine por Alfonso Arau.
Si bien la reglamentación social tradicional sigue vigente, los aires de democracia moldean las relaciones de manera que ahora la principal razón para construirlas no es el deber ser, sino el querer ser. Asimismo, ya no sólo tienen voz y derechos los hombres o los jefes. Las mujeres, los niños y niñas e incluso aquellos quienes habían sido antes, casi totalmente, marginados: las personas con discapacidad o los grupos minoritarios logran ser vistos y trazar sus derechos.
Diversos investigadores sociales señalan que —contrario a lo que uno creyera—, los modos de la democracia han alcanzado mayor impacto en el ámbito de las relaciones personales que en el político o el económico. Y es así que, sin un guión preescrito y con una gran dosis de creatividad, se crean nuevas reglas para la intimidad: ahora las relaciones se sustentan menos en la tradición y en lo biológico, para intentar hallar caminos hacia el mutuo entendimiento, el diálogo y la negociación.
Sin embargo, como la estructura formal para la relación de pareja sigue siendo el matrimonio que cohabita (bajo un mismo techo), esta búsqueda a veces tiene sus dificultades para acomodarse bajo las condiciones de vida actuales. Una de ellas es: vivir separados y juntos. Pero ¿qué significa?
A Manuel lo conocí hace siete años. Ambos llevábamos un par de años divorciados de nuestras respectivas parejas y ya teníamos hijos. Nos gustamos y empezamos a salir. Coincidimos en los criterios para educar a los hijos, nos gusta la misma música pero especialmente, pasear por pueblitos coloniales los fines de semana o en puentes festivos. Ninguno de los dos ha planteado la necesidad de vivir juntos. Creo que es porque ya estuvimos casados y porque así nos resulta más sencillo el manejo de los hijos: cada quien en su casa. Antes seguían siendo muy chicos, y luego adolescentes; necesitaban nuestra guía y cuidado así como mantener nuestras responsabilidades de trabajo y familiares. Además, en mi caso, mi mamá vive conmigo. La idea de vivir juntos me angustia más que gustarme. Mis amigas siempre me preguntan que cuándo nos casamos, que si nos llevamos tan bien sería lo natural... pero precisamente, por eso no quiero casarme. ¿Para qué tendríamos que vivir juntos? Cuando nos vemos damos lo mejor que tenemos uno del otro. Además hablamos de todo. A mí me gusta seguir tomando las principales decisiones en mi casa, al tiempo que mantengo una relación amistosa y buena con el papá de mis hijos; eso los ha fortalecido a ellos. También me llevo muy bien con la hija de Manuel.
Cecilia, 36 años, gerente asociada de centro de diversiones infantiles.
Características de las relaciones LAT
Las parejas que establecen este tipo de relaciones se definen por no compartir la misma casa donde habitan otras personas que son parte de su familia, o que viven solos.
Un primer grupo de relaciones LAT son las personas divorciadas, separadas o viudas con obligaciones y compromisos. El segundo grupo lo conforman personas que aunque no tienen custodia de sus hijos y son autosuficientes a nivel económico, deciden mantener su autonomía por la gran demanda de tiempo y energía que les requiere su profesión. “Ahora, la dificultad de establecer relaciones duraderas, más allá de los meros contactos esporádicos, los lazos de solidaridad y permanencia parecen depender de los beneficios que generan. Resulta que el amor, visto así, produce temor a lo extraño o la actitud de rechazo a lo que solicita esfuerzo personal y compromiso” (Zygmunt Bauman, 2005).
Graciela (36 años) tiene un hijo de 9 años y lleva una relación de 4 años con Roberto (48 años), quien no es padre del niño y no tiene otros hijos. Cada uno tiene su propia casa, Roberto es representante de marcas internacionales y ella, psicóloga. Dice Graciela: Roberto es conflictivo y neurótico, un apasionado de su trabajo. No necesita a nadie, sólo a mi. (Ríe). También se lleva bien con Diego, mi hijo, pero marca la distancia que requiere para sentirse autónomo. Eso a mí no me molesta, me da suficiente tiempo para mi hijo, mi vida privada y mis consultas. ¿La confianza entre uno y otro? Pues radica en la independencia absoluta: para ambos. A nuestro modo, somos felices. No sé qué venga después.
Un tercer grupo señala como razón para no desear vivir en pareja el sencillo deseo de ejercer su total autonomía, inclusive si mantienen una relación amorosa. Éste es un grupo reducido conformado por adultos jóvenes autosuficientes de entre 23 y 35 años, de ingresos muy por encima de la media.
Es frecuente hallar que cada uno de los miembros de la pareja LAT se encuentre en los grupos de relación mencionados, pero distintos.
Porque no desean cometer el mismo error, tengan responsabilidades a cargo o no, agrupa a muchas parejas LAT, incluso aquellas que se relacionan en una segunda etapa con su ex.
Fue el caso de Rogelio (42 años, entrenador de tenis) y Genoveva (38 años, administradora de unidad médica) Se conocieron hace 20 años. Pronto se hicieron pareja y se mudaron a vivir juntos, en unión libre. Después de dos años tuvieron a su primera hija. Después tuvieron otra más y decidieron casarse. Cuentan que su relación después de diez años se volvió aburrida y de mutuas recriminaciones, pero lograron darse cuenta que la irritación provenía de la falta de aire y el roce diario y no porque se hubiera acabado el amor. Entrar en una relación “a distancia” no fue meditado, pues ni siquiera imaginaban la opción. Fue resultado de una prueba: decidieron separarse para comprobar si se extrañaban y deseaban volver a convivir. Resultó cierto: ambos confirmaron su deseo de permanecer como pareja. Al separarse, no sin dificultades cada quien creó su propio espacio, su casa, retomaron los pasatiempos que a cada quien gustaba y el tiempo que cada uno requería para sí, repartiéndose de manera conveniente el cuidado de sus hijas. Cuando llegaron al plazo que se habían asignado para confirmar si volvían a vivir juntos, ambos coincidieron en ser pareja pero cada quien en su propia casa.
El futuro
Existen varias razones para predecir que las relaciones LAT serán más comunes en un futuro próximo. ¿Por qué?
El trabajo profesional especializado requiere tiempo y dedicación y los viajes de trabajo seguirán intensificándose aún cuando la comunicación por internet, teléfono celular y teléfono fijo sea más frecuente. Incluso, esas formas de comunicación serán un vehículo más para que las personas conozcan a otras y, así, formen parejas. Los índices de divorcio y de separaciones probablemente no disminuyan, lo que significará que, en muchos casos, la gente construirá nuevas parejas. Según cifras del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), en México para 2007 se registraron 12.3 divorcios por cada 100 matrimonios y según información por estados, se considera que ha habido un promedio de incremento en divorcios entre un 20 y 50% en 2008, respecto de 2007. Por ejemplo, Baja California tuvo, un incremento mayor al 100% (CEIDAS, 2008).
¿Individualización es igual a egoísmo?
Algunas personas afirman que este tipo de relaciones fomenta la individualización y el egoísmo o que es un fenómeno relativamente nuevo, pero cada vez más frecuente. La pregunta es si este tipo de relaciones son egoístas ¿lo son más que otras? ¿se puede decir que sean egoístas quienes cuidan a sus hijos, padres u otros familiares, y por tanto consideran más complicado vivir en pareja? ¿son egoístas quienes se interesan por mantener vital su relación, viviendo en casas separadas? Al parecer, se preocupan por sí mismos y por los otros. Las parejas que viven en lugares distantes y que por razones económicas, de trabajo o por mantenerse en contacto con sus hijos y nietos deciden tener una relación a larga distancia, tampoco pueden ser consideradas egoístas.
Las relaciones LAT resuelven ciertas problemáticas, pero sin duda, presentan otras nuevas. Funcionan bien cuando ha sido una decisión libre y mutua, y en beneficio también mutuo. La libertad personal no está peleada con el diálogo y la negociación, por el contrario. El riesgo radica en decidirlo así por miedo al compromiso, o por una adicción al trabajo o a la autonomía. Situación que enmascararía razones distintas al bienestar. Puntos importantes a lograr para tener relaciones más democráticas, viviendo o no bajo el mismo techo, atraviesan por la necesidad de plantear en pareja acuerdos explícitos y renegociables en función de las circunstancias de cada quien.
Definitivamente, a principios del S. XXI, el diálogo y la creatividad serán factores decisivos para la conformación de este nuevo modelo de relación íntima.
Fotografía: Paisaje en San Cristobal, Carlos Jurado.
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