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El cartapacio del alecrán

A ti viva / Vicente Alexandre

A ti viva / Vicente Alexandre

                                    Es tocar el cielo, poner el dedo

                                           sobre un cuerpo humano.

                                                                                   Novalis

 

Cuando contemplo tu cuerpo extendido

como un río que nunca acaba de pasar,

como un claro espejo donde cantan las aves,

donde es un gozo sentir el día cómo amanece.

 

cuando miro a tus ojos, profunda muerte o vida

                                                  que me llama,

canción de un fondo que sólo sospecho;

cuando veo tu forma, tu frente serena,

piedra luciente en que mis besos destellan,

como esas rocas que reflejan un sol que nunca se hunde.

 

Cuando acerco mis labios a esa música incierta,

a ese rumor de los siempre juvenil,

del ardor de la tierra que canta entre lo verde,

cuerpo que húmedo siempre resbalaría

como un amor feliz que escapa y vuelve...

 

Siento el mundo rodar bajo mis pies,

rodar ligero con siempre capacidad de estrella,

con esa alegre generosidad del lucero

que ni siquiera pide un mar en que doblarse.

 

Todo es sorpresa. El mundo destellando

siente que un mar de pronto está desnudo, trémulo,

que es ese pecho enfebrecido y ávido

que sólo pide el brillo de la luz.

 

La creación riela. La dicha sosegada

transcurre como un placer que nunca llega al colmo,

como esa rápida ascensión del amor

donde el viento se ciñe a las frentes más ciegas.

 

Mirar tu cuerpo sin más luz que la tuya,

que esa cercana música que concierta a las aves,

a las aguas, al bosque, a ese ligado latido

de este mundo absoluto que siento ahora en los labios.

 

 

Adolescencia

 

Vinieras y te fueras dulcemente,

de otro camino

a otro camino. Verte,

y ya otra vez no verte.

Pasar por un puente a otro puente.

-El pie breve,

la luz vencida alegre-.

 

Muchacho que sería yo mirando

aguas abajo la corriente,

y en el espejo tu pasaje

fluir, desvanecerse.

 

 

Al cielo

 

El puro azul ennoblece

mi corazón. Sólo tú, ámbito altísimo

inaccesible a mis labios, das paz y calma plenas

al agitado corazón con que estos años vivo.

Reciente la historia de mi juventud, alegre todavía

y dolorosa ya, mi sangre se agita, recorre su cárcel

y, roja de oscura hermosura, asalta el muro

débil del pecho, pidiendo tu vista,

cielo feliz que en la mañana rutilas,

que asciendes entero y majestuoso presides

mi frente clara, donde mis ojos te besan.

Luego declinas, ¡oh sereno, oh puro don de la altura!,

cielo intocable que siempre me pides, sin cansancio, mis besos,

como de cada mortal, virginal, solicitas.

Sólo por ti mi frente pervive al sucio embate de la sangre.

Interiormente combatido de la presencia dolorida y feroz,

recuerdo impío de tanto amor y de tanta belleza,

una larga espada tendida como sangre recorre

mis venas, y sólo tú, cielo agreste, intocado,

das calma a este acero sin tregua que me yergue en el mundo.

Baja, baja dulce para mí y da paz a mi vida.

Hazte blando a mi frente como una mano tangible

y oiga yo como un trueno que sea dulce una voz

que, azul, sin celajes, clame largamente en mi cabellera.

Hundido en ti, besado del azul poderoso y materno,

mis labios sumidos en tu celeste luz apurada

sientan tu roce meridiano, y mis ojos

ebrios de tu estelar pensamiento te amen,

mientras así peinado suavemente por el soplo de los astros,

mis oídos escuchan al único amor que no muere.

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